Si uno desea
purificarse moralmente no necesita escarbar como lo hacen las ovejas para
encontrar las raíces de su alma. Pasear por los jardines de Aranjuez es como
hacer una escapada al interior de uno mismo. Se puede, por ejemplo, utilizar
los primeros rayos de sol y aprovechar su luz de harina para detenerse ante el dios
Vertumno. Apreciar los dos perfiles de su cara es un deleite muy sencillo. La ambigüedad de su rostro forma también parte del paisaje. En su lado femenino está toda la dulzura de aquellas ninfas desnudas gimiendo de placer o de nostalgia. En su masculinidad se ve a un joven reaccionario que contempla la vida bajo el impulso universal de su espíritu abierto.
He sido consciente de este hecho hace unos
días. Y me he dado cuenta de que miramos demasiado tiempo fuera de nosotros
mismos, intentando, quizás, encontrar señales de belleza que provienen de otras
galaxias.
En la Galaxia de Andrómeda o en La Gran Nube de Magallanes no hay más
que ecuaciones matemáticas y agujeros negros.
Toda la armonía del universo está aquí: en los frutos, en la vegetación, en las estaciones y en sus cambios, en los erizos de mar en enero... Vertumno sabía mucho de estas cosas. Ya sólo queda detenerse en la imparcialidad de sus cambios. Tal vez sea ésta la única forma de purificar hasta el último de nuestros átomos.
Toda la armonía del universo está aquí: en los frutos, en la vegetación, en las estaciones y en sus cambios, en los erizos de mar en enero... Vertumno sabía mucho de estas cosas. Ya sólo queda detenerse en la imparcialidad de sus cambios. Tal vez sea ésta la única forma de purificar hasta el último de nuestros átomos.
Escrito por Cristina González Moya
Por y Para Aranjuez Magazine
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